La amenaza de aborto es una condición donde hay sangrados escasos en las primeras semanas de gestación asociado o no a dolor pélvico. Se considera solo una amenaza pues la mayoría de veces los bebés siguen creciendo y no termina el evento en aborto, aunque en algunos casos lamentablemente este se puede dar.
Por los cambios hormonales y anatómicos del útero es usual que durante las primeras semanas exista un dolor pélvico el cual es leve suele empeorar con la actividad diaria o el movimiento, si bien cede con el reposo, no es una amenaza en si pues no hay sangrado. Cuando aparece sangrado vaginal con o sin cólicos abdominales es más probable que se trate de una amenaza de aborto.
Cualquier molestia que se considere inusual en cuanto a sensación de dolor o cualquier aparición de sangrado deben inmediatamente ser evaluados por un especialista y acompañar dicha evaluación con una ecografía especializada.
El sangrado asociado a la amenaza de aborto no viene del bebé y la mayoría de ellos al superar la amenaza de aborto no se ven afectados en su morfología o desarrollo.
Dos de cada diez gestaciones tempranas pueden cursar con este problema y, lamentablemente, una de ellas puede terminar como aborto espontáneo. Son múltiples los factores que pueden asociarse a una amenaza de aborto, algunos no modificables y otros que pueden modificarse.
El no modificable, y que es el que usualmente termina en un aborto espontáneo, es la presencia de alteraciones en los cromosomas del embrión lo cual impide la formación de órganos funcionales y con ello, por más esfuerzo que se haga en cuanto a reposo y otros apoyos con medicamentos, termina en aborto. Los factores modificables usualmente son los que permiten que la amenaza se supere y el bebé siga creciendo con normalidad.
Focos de infección aguda, como la infección urinaria, es un factor causal común y es lo primero que se debe descartar.
De otro lado, aunque no se asume como causa y por lo tanto no siempre se piden estudios, uno de los factores más frecuentes de una amenaza de aborto son alteraciones hormonales y deficiencias de ciertos nutrientes que son críticos para enfrentar el aumento de la demanda metabólica que imprime el crecimiento incesante de los tejidos de la gestación y el bebé y que la mamá no venía con buena reserva de estas hormonas o nutrientes.
Estos cambios hormonales y nutricionales son importantes para compensar la demanda de consumo energético tanto del músculo como de los nuevos tejidos que aparecen en la gestación.
Como no hay cantidad suficiente para músculo y bebé, cuando se reposa de modo absoluto y se dejan de mover los músculos y con ello disminuye su gasto energético, las reservas que tiene la mamá se orientan hacia el bebé y con ello usualmente cede la amenaza.
Es por ello que la indicación de reposo, es decir, dejar de usar los músculos, es prácticamente universal y funciona. Pero esa no es la solución, pues el embarazo es un estado normal que el cuerpo debería soportar sin mayor inconveniente, como lo hacen muchas embarazadas que siguen haciendo sus actividades regulares con normalidad.
La solución es buscar dichas insuficiencias hormonales y nutricionales para reponerlas de modo que, conforme crezca el bebé, el riesgo de complicaciones sea el menor posible. Y eso es lo que promovemos en el IMM.